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Portugalete: puerto de baños (1852-1902)

Olga MACÍAS MUÑOZ, Universidad del País Vasco

Los orígenes del turismo costero que se desarrolló a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y que pervivió durante las primeras décadas del siglo XX en el País Vasco, hunden sus raíces en la moda de los baños de mar que se popularizó a lo largo de todo el litoral cantábrico. Aunque en un principio este fenómeno se restringió básicamente a las ciudades de San Sebastián y de Biarritz, pronto se difundió por las localidades costeras vascas. Zarautz, Lekeitio, Getxo, Portugalete y Santurtzi son algunas de estas villas en las que los baños de mar, con la afluencia de bañistas, propiciaron el resurgir de sus a veces renqueantes economías.

La utilización de las aguas con fines medicinales no era algo nuevo y los baños de mar eran la vertiente marina de aquellas termas que ya utilizaban los romanos y que, con el paso del tiempo, derivaron en los balnearios. Con los cambios sociales surgidos a mediados del siglo XIX y con las nuevas directrices de la medicina moderna, los balnearios se convirtieron en el foco de atracción de un primigenio turismo, cuyos protagonistas conformaban lo más granado de una sociedad ávida de nuevos entretenimientos.

A esto hubo que añadir que los médicos comenzasen a alabar las bondades del agua del mar, cuya utilidad terapéutica no daba lugar a dudas. Estos baños, decían, no solo limpiaban el cuerpo, sino que además abrían el apetito y facilitaban la circulación sanguínea. Es más, los baños de mar se tomaban por prescripción facultativa.

Los orígenes: Portugalete como puerto de baños (1852-1877)

La nueva moda de los baños de mar se expandió pronto y rápidamente entre la burguesía bilbaína. Para 1852, Portugalete ya gozaba de una excelente reputación de villa veraniega como consecuencia de los muchos bilbaínos que hasta ella se acercaban para tomar estos baños. Sin carreteras que recorriesen los márgenes de la Ría, el viaje hasta Portugalete debía hacerse en lanchones o vaporcitos llamados carrozas y podía durar de tres a cuatro horas de ida y otras tantas de vuelta según la marea. Además de la colonia veraniega estable también acudían a Portugalete expedicionarios de diario con el propósito de solazarse de la brisa marina y de las grandiosas vistas que ofrecía la desembocadura del Nervión.

Por aquellos tiempos no había casetas en la playa, por lo que las señoras se cambiaban entre las rocas, y los hombres, donde y como buenamente podían. En 1861, según relata el poeta y cronista Adolfo Aguirre, la situación cambió. Se acababan de abrir los caminos que recorrían ambas orillas de la Ría y un nutrido número de carretelas y vapores cubrían la demanda cada vez mayor del tráfico desde Bilbao hasta Portugalete.

El número de asiduos a los baños de Portugalete aumentaba y los preparativos para la estancia en los establecimientos balnearios requerían una estrategia especial. Con una duración media del alojamiento de quince días había que añadir al equipaje, según los gustos de cada cual, con qué entretenerse. Libros, artilugios para pescar o cazar, el traje y el bastón de caminante y, también, un montón de expediciones en proyecto formaban parte de este bagaje. Si bien, para Aguirre, lo más cuerdo era apropiarse de un buen número de camisas y de palillos de dientes, puesto que la única y verdadera ocupación de los bañistas, sin contar con los consabidos baños, no era otra que la de comer.

Portugalete (Bizkaia). Playa de El Salto, en segundo término Peñota, al fondo Santurtzi. Foto de 1891

Portugalete (Bizkaia). Playa de El Salto, en segundo término Peñota, al fondo Santurtzi. Foto de 1891.

Pero ya indicaba Adolfo Aguirre que el plato fuerte de la estancia en Portugalete era el ir a la playa y el volver de la playa. Entre este ir y volver, la jornada en el arenal discurría aspirando la brisa marina, buscando caracolillos o dejando vagar la mirada por la mar, claro, sin olvidarse de los baños. Ni que decir tiene que para estar en la playa también se tenía que estar a la moda, con velos flotantes, sombreritos y trajes a la marinera. La playa era, además, un lugar de socialización donde sus usuarios se entretenían con juegos de prendas, coloquios discretos o entablando amistades de temporada.

El día transcurría apaciblemente para los bañistas. Por la mañana tomaban los baños de mar y a primeras horas de la tarde o bien descansaban o bien bajaban al muelle a tomar café, todo ello animado con una buena conversación y vistas al mar. Al atardecer, despedían a los que volvían a Bilbao en vapor y paseaban hasta la punta del muelle. Por la noche, de nuevo se iba a la punta del muelle, se conversaba y se daba un paseo por la plaza.

A la altura de 1864, el periodista y escritor Juan B. Delmás, relataba cómo Portugalete era la villa vizcaína que congregaba el mayor número de forasteros durante el periodo canicular. Consideraba este autor que, aunque la playa de Portugalete no era muy extensa, sí que era lo suficientemente cómoda al contar con multitud de casetas dispuestas para el uso de los bañistas. Además, a juicio de este autor, no eran caros los servicios que se ofrecían, puesto que por la módica cantidad de dos reales, uno podía proveerse de un aseado traje de baño, de una sábana para secarse y de una caseta. Para más comodidades, por cuatro reales se podía también contratar a un hombre o a una mujer, las famosas bañeras, para que acompañasen al bañista en su inmersión.

Poco a poco, Portugalete se estaba convirtiendo en un punto de referencia inexcusable para la alta sociedad bilbaína y, también, para otras personalidades españolas de la época. Efectivamente, a principios de los años setenta del siglo XIX, Portugalete era la playa preferida por la burguesía de Bilbao. Pero, el alojamiento en esta villa era caro, hasta 40 reales diarios. Ante este contratiempo, siempre quedaba el recurso de veranear en la vecina localidad de Santurtzi por un precio entre diez y doce reales más económico.

También hay que tener en cuenta que aún ni siquiera había dado comienzo todo el expansionismo industrial que tuvo lugar en la cuenca del Nervión a finales del siglo XIX. Ante la falta de otra fuente de incentivo económico se llegó a pensar, por aquel entonces, que el turismo costero podía llegar a ser el porvenir de Bizkaia. Pero llegó el gran boom financiero y esta idea se relegó en el olvido, eso sí, sin dejar de potenciar la demanda de ocio de una burguesía local a la que se unió una cada vez más ingente clase media.

La consolidación de Portugalete como centro de veraneo (1877-1902)

A pesar de la pugna del barrio getxotarra de Las Arenas de Portugalete con la villa jarrillera por acaparar la presencia de la élite social bilbaína, Portugalete y su balneario se fueron consolidando como un centro importante de veraneo. La Casa de Baños de Portugalete fue inaugurada en 1877 y ante la proximidad de su apertura, los propietarios orquestaron una amplia campaña de publicidad en la prensa de Bilbao. Además de ponderar la arquitectura de este centro de salud, perfectamente adecuada a sus funciones sanitarias, se recalcaba su vertiente social puesto que ofertaban veladas de teatro y bailes en su amplio salón de fiestas donde se darían cita las familias más acomodadas de la capital vizcaína y de las poblaciones limítrofes.

El médico cirujano de Portugalete, Tomás de Ibarrondo, no era ajeno a esta moda de los baños de mar. Justificaba la bondad de este método terapéutico y alababa las virtudes de la playa portugaluja. Afirmaba, además, que era una playa patriarcal, donde no se veía el lujo exagerado y costoso que hacía abandonar otras playas, en clara alusión a sus competidoras de Biarritz o San Sebastián. Para este médico, tomar un baño de mar era toda una ciencia y exigía regular el tiempo de inmersión en el agua, según el género, edad y salud del bañista. El señor Ibarrondo también detallaba cuál era el atuendo playero más apropiado para niños, mujeres y hombres, eso sí, debía de estar confeccionado en lana de color oscuro.

Balneario de la playa de Portugalete (Bizkaia). Foto del último cuarto del siglo XIX

Balneario de la playa de Portugalete (Bizkaia). Foto del último cuarto del siglo XIX.

Con el auge de los baños de mar y a medida que se acercaba la estación estival, los periódicos bilbaínos se veían a rebosar de cartas escritas por sus corresponsales de las villas costeras para alabar la bondad de sus respectivas localidades. Los ayuntamientos tampoco eran ajenos a esta propaganda, entre ellos el Ayuntamiento de Portugalete. Estos consistorios potenciaban las excursiones diarias desde Bilbao a sus respectivas villas con motivos de lo más dispares, ya fuese para pasar el día en la playa o asistir a las verbenas, pruebas de regatas, toros o partidos de pelota. Por ejemplo, en el verano de 1879, el Ayuntamiento de Portugalete organizó una serie de fiestas y de diversiones que, a su juicio, iban a dejar atrás a las de los años anteriores. Para ese año se organizaron novillos y música por las tardes, además fogatas por la noches, que eran amenizadas en los días festivos por la banda de música y en sus descansos por aurreskus al compás del tamboril.

Por otra parte, el desarrollo de la técnica marcó un punto de inflexión en la evolución del turismo que hasta ese momento tenía lugar, dando comienzo a lo que hoy conocemos como el turismo de masas. En efecto, gracias a la notable mejora de los medios de transporte, surgieron nuevas pautas de ocio destinadas a un espectro social cada vez más amplio. De este modo, con la puesta en explotación del tranvía que unía Bilbao con Portugalete, multitud de bilbaínos se aproximaban hasta la villa jarrillera para pasar en ella dos o tres horas por las tardes. Sin embargo, el fenómeno de la moda de los baños de mar se intensificó a partir de los años 1887 y 1888, cuando se inauguraron respectivamente el Ferrocarril de Bilbao a Las Arenas y el Ferrocarril Bilbao a Portugalete.

Ante el mayor número de visitantes que acudían a Portugalete y con el propósito de atraer a más público todavía, el Ayuntamiento de esta villa decidió organizar lo que dio en llamar las Fiestas Veraniegas. Independientemente de las fiestas patronales este consistorio acordó agasajar a sus visitantes con una serie de festejos que darían comienzo en junio y finalizarían en septiembre. Estas actividades consistirían alternativamente en regatas marítimas, cucañas de mar y de tierra, juegos de patos a nado, música por las tardes y por las noches, iluminaciones venecianas, fuegos artificiales amén de los consabidos novillos.

Con la fiebre de los baños de mar, también se instaló otro balneario en frente de la villa jarrillera, en el barrio de Las Arenas dentro del término municipal de Getxo. A pesar de la rivalidad entre los establecimientos de ambas márgenes por atraerse a lo más exclusivo de la clientela, esta competencia no perjudicó al balneario portugalujo, sino más bien todo lo contrario. Así es, los propietarios este balneario fueron los que propusieron la construcción de un puente colgante que uniera los establecimientos de ambas orillas para facilitar el contacto entre sus residentes. De este modo El Puente de Bizkaia se inauguró en 1893 como un elemento de cohesión de este turismo veraniego entre ambas márgenes de la Ría.

Para 1895, en voz de la prensa bilbaína, todos estos adelantos técnicos habían convertido a Portugalete en la perla de la desembocadura del Nervión y en 1902 el turismo veraniego en esta villa era algo plenamente institucionalizado. Sin embargo, los hábitos de ocio fueron cambiando, la industrialización marcó su impronta en el paisaje y de aquellos tiempos de esplendor quedan hoy en día tan sólo algunas reliquias arquitectónicas que atestiguan un pasado no muy lejano.

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